A la vista salta que Emma Bovary también vivió la burbuja y la crisis. Esa inquietud siempre presente, tanto en época de bonanza, viviendo por encima de sus posibilidades..(cortinas, brocados , viajes, ópera, amantes.....) como en tiempos de bancarrota.(desplantes, ruina, desencuentros).
¿Y. qué es lo que queda y está siempre ahí?. El farmacéutico ruin, el anticuario-prestamista sin escrúpulos y también, ¿por qué no?..la bondad escalofriante del esposo.
¡Lástima, Emma!. Como nosotros, la pobre Emma ve las cosas a toro pasado, agujereada ya por el veneno. Tendría que haberse mordido los labios cuando recién llegada al pueblo, con las mejillas encendidas, encuentra la mirada del que será su amante junto a la chimenea de la posada. Creo recordar que es en ese momento cuando se enciende la ambición de ir más deprisa, de saltar por encima de su imaginación. La imaginación de a donde quería llegar ella; Emma, con sus ojos negros y los labios de un rojo encendido .....
Sin embargo, ¿Por qué Emma nos es siempre adorable?.¿ Por qué a una
esposa infiel, y a una madre despegada, que sólo crea desdicha y ruina a
su alrededor la amamos siempre en silencio? ¿Por qué, haga lo que haga,
adoptamos siempre su punto de vista? Y nuestros ojos son los suyos
tanto cuando se posan en el fuego, en los brocados o en los escenarios
de las óperas lejos de Paris.
Nos recuerda a que también nosotros
tuvimos momentos de mejillas encendidas frente a la chimenea, días en
que como, Don quijote, nuestra cabecita abandona la posada y vamos en
busca de molinos al galope de las historias que algún día leimos y
soñamos, segundos en que imaginamos poder entrelazar lazos de pasión.
¿En qué tesela del mosaico de la memoria se imagina lo que seríamos y
sentiríamos cuando fueramos?.
Al fin y al cabo, todo es preferible
al sordo discurrir de los días. El tul pálido de las pequeñas
decepciones que la vida entreteje. ¡Pobre Emma! ¡Su hija, no ha
heredado ni sombra de su belleza, el sexo blanco del matrimonio!.
Emma
es el "yo" que se eleva del trazo burdo de las existencias corrientes.
La "Y" griega del yo es un tirachinas y empieza a lanzar piedras a su
alrededor. Es el yo que se recuesta en el diván, el "yo" locura, el "yo"
horquilla que hace levantar el manto normal, cotidiano de la vida. El
"yo" de nuestros diez minutos de fama. No importa que al levantarlo lo
único que veamos sean los dientes picados de la posadera, la plaza
sórdida de la Francia de provincias, el fracaso y la mentira de la
ciencia del farmaceútico, la triste existencia de la mujer de un médico
de provincias.
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