martes, 2 de junio de 2009

Sin embargo, ¿Por qué Emma nos es siempre adorable?.¿ Por qué a una esposa infiel, y a una madre despegada, que sólo crea desdicha y ruina a su alrededor la amamos siempre en silencio? ¿Por qué, haga lo que haga, adoptamos siempre su punto de vista? Y nuestros ojos son los suyos tanto cuando se posan en el fuego, en los brocados o en los escenarios de las óperas lejos de Paris.
Nos recuerda a que también nosotros tuvimos momentos de mejillas encendidas frente a la chimenea, días en que como, Don quijote, nuestra cabecita abandona la posada y vamos en busca de molinos al galope de las historias que algún día leimos y soñamos, segundos en que imaginamos poder entrelazar lazos de pasión. ¿En qué tesela del mosaico de la memoria se imagina lo que seríamos y sentiríamos cuando fueramos?.
Al fin y al cabo, todo es preferible al sordo discurrir de los días. El tul pálido de las pequeñas decepciones que la vida entreteje. ¡Pobre Emma! ¡Su hija, no ha heredado  ni sombra de su belleza, el sexo blanco del matrimonio!.
Emma es el "yo" que se eleva del trazo burdo de las existencias corrientes. La "Y" griega del yo es un tirachinas y empieza a lanzar piedras a su alrededor. Es el yo que se recuesta en el diván, el "yo" locura, el "yo" horquilla que hace levantar el manto normal, cotidiano de la vida. El "yo" de nuestros diez minutos de fama. No importa que al levantarlo lo único que veamos sean los dientes picados de la posadera, la plaza sórdida de la Francia de provincias, el fracaso y la mentira de la ciencia del farmaceútico, la triste existencia de la mujer de un médico de provincias.

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